“Soy metálico, en el jardín botánico”
El Jardín Botánico de Barcelona es uno de los lugares más extraños de la ciudad. Es un lugar dedicado a las plantas en el que preponderan cemento y metal, en esa vertiente vendida al diseño supuestamente de vanguardia. Por eso, sólo falta La estatua del jardín botánico de Radio Futura para terminar el cuadro postmoderno.
El concepto del Jardín Botánico de Barcelona es muy ambicioso: reunir los paisajes mediterráneos, australianos, californianos, chilenos y sudafricanos en un mismo espacio. Recrearlos a través de sus principales especies florales y poder recorrerlos en largos circuitos, con una gran cantidad de información en cada planta.
Quizá es esa ambición la que hace el espacio inabarcable, tanto para el visitante como para los propios cuidadores, que no pueden llegar a todos los rincones. De este modo, hay zonas que se ven descuidadas, a lo que hay que sumar que el verano no es la mejor época para una visita por la aridez del conjunto. Aquí entran también los caminos de cemento y las estructuras metálicas: cuánto ganaría el lugar si el suelo fuera de tierra o piedras.
El emplazamiento del jardín botánico, no obstante, es el mejor posible. Se encuentra en la montaña de Montjuïc, rodeado por numerosos parques y con unas vistas geniales de Barcelona. Esos parques, por otro lado, suponen una dura competencia: son mucho más frescos y frondosos, a pesar de no contar con especies tan interesantes.
La otra competencia del actual jardín botánico es el Jardín Botánico Histórico de Barcelona. Y es que la ciudad ya contaba con un espacio así, justo detrás del MNAC. Estuvo abierto al público desde 1941 hasta 1986, año en que tuvo que ser cerrado por problemas relacionados con las obras de los Juegos Olímpicos del 92. Desde el 2003 puede volver a visitarse y tiene un encanto que, por desgracia, el nuevo no ha logrado. Como este espacio merece un post propio que dejaré para más adelante, pero cabe recomendar su visita, la cual además es gratuita.
El actual jardín es fruto del cierre del anterior. Comenzó a proyectarse a finales de la década de 1980, las obras se iniciaron en 1991 y se inauguró en 1999. A pesar de todo lo dicho, la colección es muy interesante, con numerosas especies en peligro real de desaparición. Y hay que destacar especialmente dos áreas, que se corresponden con las exposiciones.
La primera es la muestra de bonsáis, con una gran variedad de árboles expuestos de forma minimalista, lo que en este caso sí es un acierto. Se nota un gran trabajo detrás, con un gran cuidado tanto en los bonsáis que se muestra al público como en los que se cuidan en el invernadero.
La segunda exposición es Salvadoriana, que recoge y recrea el gabinete de curiosidades de la familia Salvador. Esta saga de boticarios del carrer Ample de Barcelona recogieron durante los siglos XVII y XVIII todo tipo de semillas, plantas, frutos, animales o fósiles. Su colección puede verse hasta abril de 2016 en el Instituto Botánico de Barcelona dentro de los actos del Tricentenari.
La salida del jardín es otra zona remarcable, con un gran estanque que se atraviesa por un camino de madera. Consigue dejarte un buen sabor de boca final, pero te hace cuestionarte por qué el conjunto no es similar, menos industrial y que enmarque mejor la gran cantidad de plantas que pueden admirarse. El Jardín Botánico de Barcelona es un lugar bizarro, que merece una visita si eres amante de las plantas, pero también si te gustan los rincones más curiosos de las ciudades. Si lo que buscas es un jardín como los que puedes encontrar en otras capitales, es mejor visitar el histórico o, directamente, cualquiera de los parques que se encuentran en Montjuïc.