Todavía hoy, hay gente que se sorprende (e incluso asquea) cuando le dices que vas a visitar un cementerio. Lo consideran morboso, aunque sea de forma insconsciente, y creen que esos espacios pertenecen al olvido, que es mejor tenerlos lejos. Como la propia muerte, vamos. No es mi caso, creo en el cementerio como lugar de memoria, donde honrar a los difuntos, pertenezcan a tu familia o al inconsciente colectivo de una u otra forma. Además, los cementerios están llenos de arte, historia y rincones que merecen una visita.
Estos dos últimos fines de semana he visitado el Cementerio de Montjuïc. No he tenido suficiente tiempo para recorrer todo el conjunto, pero he podido hacerme una idea de la magnitud del lugar. Con más de 567.000 metros cuadrados, es el cementerio más grande de la ciudad. Se creó en 1883 en el lado sur de Montjuïc, cuya montaña ya acogió en la Edad Media un cementerio judío y hoy acoge más de 152.000 sepulturas.
El Cementerio de Montjuïc cuenta con su propia línea de autobús (la 107), lo que sirve para hacerse una idea de lo complicado que puede ser hacer una visita completa del lugar. Por ello, cabe destacar el trabajo realizado por Cementerios de Barcelona para ayudar al visitante: hay tres rutas distintas, todas ellas correctamente señalizadas.
La primera ruta es la artística, que a través de 40 sepulturas recorre las sepulturas de mayor valor artístico. Cabe destacar que hay obras de personajes tan ilustres como el arquitecto Josep Puig i Cadafalch. El segundo itinerario es el histórico, con el que pueden contemplarse 48 tumbas de grandes nombres de la política, la economía, la cultura o la sociedad. Ambos recorridos tienen una duración de tres horas y abarcan un periodo comprendido entre 1883 y el final de la Guerra Civil Española. Por último, se encuentra la opción combinada, más reducida (37 sepulturas) y que puede completarse en apenas dos horas. Este itinerario se realiza con un guía cada segundo y cuarto domingo de cada mes.
El conjunto de obras muestra el gran eclecticismo de la época: hay panteones neorrománicos y neogóticos, esculturas modernistas y romanticistas o gran cantidad de tumbas con motivos egipcios. O directamente obeliscos y pirámides.
Impacta también encontrar quienes hicieron construir su propia catedral, con pórticos que tratan de recrear los templos a los que acudieron (o no) en vida.
En lo que respecta a personajes ilustres, destacan nombres tan dispares como Joan Miró, Jacint Verdaguer, Isaac Albéniz, Ildefons Cerdà, José Agustín Goytisolo, Joan Gamper, Enriqueta Martí i Ripollés (la Vampira del Raval) o Ángel Fernández Franco (el Torete). Sin embargo, es del mundo de la política, el sindicalismo y la lucha por las libertades donde encontramos una lista casi inacabable: Enric Prat de la Riba, Francesc Macià, Lluís Companys, Francesc Cambó, Ángel Pestaña, Salvador Puig Antich, Buenaventura Durruti, Francesc Ferrer i Guarda o Francisco Ascaso. Estos tres últimos están enterrados juntos y son motivo de homenaje por parte de centenares de personas cada año, como muestran sus tumbas.
Es así como el Cementerio de Montjuïc es un gran lugar para la memoria histórica. El punto más emocionante es el Fossar de la Pedrera, un memorial democrático que homenajea a las víctimas de la represión franquista, así como a las víctimas del nazismo. Inaugurado en 1985, recoge entre otros los restos de Lluís Companys, en un lugar que fue fosa común para 4.000 asesinados por el fascismo desde 1936 y hasta 1952.
A lo ya dicho, hay que sumar las increibles vistas y contrastes que se encuentran en esta parte de la montaña de Montjuïc. El puerto de Barcelona no para un momento su actividad justo enfrente, así como los aviones que aterrizan en El Prat. Los gatos campan a sus anchas entre los caminos y tumbas, ajenos al mundo. Y los cipreses aportan su olor y figura característica. Por todo, el Cementerio de Montjuïc merece una visita y poder cumplir sin prejuicios su función de duelo, honra y memoria.