Abandonamos la medina de Fez a primera hora tras una calurosa despedida de Abdul. Pronto estamos en un tren abarrotado dirección Meknés que en tan sólo treinta minutos nos deja en una estación perdida en la parte nueva de la ciudad. Me sorprende que nos ofrecen transporte a Volúbilis antes que a la medina; ofertas acompañadas de consejos para movernos por Meknés.
No nos resulta difícil alcanzar la subida a la parte monumental, pero la ciudad es muy distinta a Fez y Marrakech. Esto, sumado a la novedad, me deja sin referentes. Murallas entrecortadas, innumerables zocos, muchos de ellos cubiertos, pocas indicaciones…
La plaza parece un pequeño Jemaa el-Fna entre el caos, lo que resulta aún más paradójico. Un chico nos ofrece su ayuda y nos acerca al riad, el cual está muy bien ubicado pero horriblemente señalado. Al joven no le preocupa tanto la propina momentánea como vendernos los servicios de su tío, de quien nos cuenta que es guía oficial. Aunque rechazamos la oferta, se despide con una sonrisa y confirmamos que aquí las cosas son distintas y que la forma de tratar al visitante es opuesta a lo que ocurre en Fez.
El riad es bonito y acogedor, pero sus encargados son distantes; mi teoría es su timidez. Nos echamos a la calle y la plaza nos sorprende con sus diversos personajes y espectáculos. Los vendedores ambulantes son risueños y amables y se mueven entre músicos callejeros y encantadores de serpientes.
J. no se encuentra bien por la mezcla de sol y aires acondicionados, así que decidimos volver a descansar, pero llamamos la atención de un chico que no llegará a veinte años. Nos ha oído hablar castellano con su hermano, quien nos vendía su restaurante, y opta por enseñarnos el taller bereber familiar. Nos cuenta que viajan por las ferias medievales de Europa con sus alfombras y tapices, los cuales nos enseña mientras tomamos té.
No insiste en la venta. Habla con nosotros con calma, sin prisas por intentar cerrar cualquier venta. Chico hábil, nos lleva al restaurante de su madre, del que nos enseña la carta y el libro de invitados. Como los precios no son altos y las reseñas manuscritas son favorables, reservamos para el día siguiente.
De vuelta al hostal, leemos una crítica demoledora del sitio. A mí el chico no me dio mucha confianza por pasadas experiencias, pero quiero creer que sólo me he vuelto desconfiado. A J. le ha convencido y razona que la comida tendrá que ser buena si luego quiere cerrar una venta en el taller, ya que sabe que nos interesan algunas cosas. Cenamos y nos vamos a dormir pensando en lo que nos deparará el segundo día en Meknés.